martes, 28 de julio de 2009

Alicia en el país de las armas

Llegar al lugar de mi trabajo me toma cerca de 20 minutos. Recorro entre 20 y 25 kilómetros de colonias, centros comerciales y pedigüeños y ese camino siempre está lleno de armas de fuego -eso sin contar los corvos, cuchillos, navajas, hondillas, piedras y perros-que-cuidan-casas que sirven de protección contra la violencia a las personas. La primera arma con la que me topo en las mañanas es con la del vigilante de la colonia, luego paso cerca de tres gasolineras, una veintena de centros comerciales, una decena de bancos, seis farmacias, un periódico... En total, entro en contacto con personas armadas al menos unas treinta veces, y esto sólo yendo de mi casa al trabajo, cuyo vigilante también posee un arma. No es que me den miedo estas personas, pero no puedo ocultar sentir desconfianza de pensar que esas armas han matado, matarán o están matando a alguien en defensa propia o por un mortal descuido. El Salvador es violento por razones económicas. La gente buena debe defenderse de los que viven y se lucran del mal. No recuerdo haber leído en las cara de los firmantes de los Acuerdos de Paz que el cese de fuego tendría que nacer a punta de pistola o de escopeta o rifle o... lo que sea. Eso da miedo.

jueves, 16 de julio de 2009

La cobardía de pegar y salir corriendo

Estoy encabronado. Emputado. Esta semana dos personas fueron atropelladas por conductores del transporte público, que luego de cometer su delito, se dieron a la fuga. No se vale. No es posible que aleguen ignorancia. Les gusta acelerar sus automotores a más de lo permitido por la ley. Claro, como saben que las multas, si quieren las pagan, sino, con el tiempo habrá un tramafaz para que les perdonen a los dueños de las unidades, dichas esquelas. Para colmo, no solo se "pelean via" como quien corre en Indianápolis sino que se meten mariguana o crack para agauntar las jornadas que hacen. Yo no digo que todos lo hagan. Lo que digo es que la mayoría que lo hace, actúa como si vivieran en una realidad a parte. Como si atropellar a una persona indefensa, a un peatón descuidado, fuera comparable a se me derramó el café sobre tu laptop, me voy antes de que te des cuenta de que yo fui el culpable.

Eso es lo que me encabrona. O sea que si huyo de la escena del crímen, eventualmente, todo volverá a la normalidad. Alguien más me dará trabajo. Total, el microbus no era mío. El dueño pondrá a otro y, si tengo suerte, me reubicará en otra línea de sus rutas. ¿Hasta cuándo tendremos que agauntar este tipo de pedantería? Yo por eso, cada vez que sacan la mano, pidiendo la vía en buena onda, me acuerdo de cuántas veces me dejan ir encima el carro cuando yo voy tranquilo en mi carril. Me acuerdo de la vez en que tenía doce años y venía del mercado de hacer compras para mi madre y no me dieron tiempo a que me bajara y el microbus aceleró y me hizo volar por los aires y tuve que salir -adolorido por el golpe- a buscar las verduras entre los carros y la suciedad de la cuneta. Me acuerdo de la vez en que un bus de la 26 se pasó un alto y un motociclista, que no llevaba casco puesto, se estrelló bajo mi ventana y vi como el cráneo se le partía en dos. Me acuerdo que tenía 14 años y me da rabia. Todavía me acuerdo de ese golpe y el ruido del golpe, como quien parte un coco con un corvo. Me acuerdo, además, de las veces en que -en complicidad con los buseros de la 22- unos mareros de la 13 se subían a robar a punta de cuchillo cuando me dirigía a estudiar al Cristóbal. Me acuerdo del musicón que llevan, de las infracciones que cometen, de la inseguridad de sus unidades, de la mala educación de sus conductores, de las sinvergüenzadas de sus cobradores, de sus posters, de sus unidades convertidas en tanques y haciendo referencia a Monseñor Romero o al Che. Pobrecitos ellos, cuando matan a alguno de sus compañeros. Pero, también pobrecitos nosotros cuando ellos matan niños y ancianos y luego salen huyendo, todavía sintiendo que están de goma y con cara de incrédulos de que acaban de matar a alguien. Solo entonces se dieron cuenta -oh, Dios- que halaban globos en medio de rosales y quieren que el mundo comprenda que solo estaban sobreviviendo.