jueves, 21 de octubre de 2010

sábado, 16 de octubre de 2010

“¡Si matan al marero que lo maten! Me importa madres”


A simple vista, Rafael Heredia, parece un visitante más, de los que suelen llegar al MARTE. Camisa anaranjada con rayas blancas y bigote a lo “Pancho Villa” delatan su origen mexicano. Acompañándolo viene Beatriz, representante de Alfaguara y encargada de la agenda que este escritor mexicano tiene planeado desarrollar en nuestro país, para presentar su último libro: La Mara.

Una vez hechas las respectivas presentaciones, Beatriz se acerca a uno de nosotros y le dice que solo tienen media hora para la entrevista. Ambos entrevistadores nos miramos sorprendidos: no contábamos con este contratiempo. Sin embargo, la plática, llena de folclor mexicano, hizo olvidar los compromisos del literato y nos trajo a cuenta, los amores, temores, aventuras y desventuras de Rafael Rodríguez Heredia, un mexicano “¡a toda madre!”, al que no le asustan las espontaneidades, ni el humor sobre sí mismo.

Entrevista publicada en www.elfaro.net, el 05 de julio de 2004, por Diego Murcia y Christian Guevara/ Fotos tomada del blog Semiótica y cultura.

Acaba de Lanzar un libro que está muy relacionado con El Salvador…
Yo creo que está muy relacionado con Centroamérica. Porque sí hablamos de mara salvadoreña, dejaríamos de lado a las otras, a la guatemalteca, a la mexicana, a la hondureña…, de tal manera que es una parte un poco proporcional. Lo que sucede es que esta mara que está planteada en este libro, no es la mara salvadoreña. Es la mara de la frontera, que ni siquiera podríamos pensar que es la mara guatemalteca, en el sentido estricto. Es como una mara diferente…

Pero, en su libro, se refiere, explícitamente, a la mara Salvatrucha...
Si, si. Pero, la mara Salvatrucha no es una… ¿a poco la medusa nada más tiene una serpiente en la cabeza? Son muchas, y todas son iguales, pero diferentes. La mara, a la que yo me refiero en la novela, es a la mara “Salvatrucha 13”, aunque estoy consciente que hay una “18”, lo que pasa es que si me ponía a escribir de “13” y “18”, el libro se convertía en un tratado sociológico, donde había que explicar que era la “13” y que era la “18”, y en este caso, los lectores de este libro son seres que están penetrando al libro de una manera integral, no están entrándole como antropólogos, ni como sociólogos. Ellos están penetrando como parte de la novela, como testigos, como observadores y ellos no se preguntan cosas que, supuestamente, sabe. El chiste de la novela, por lo menos desde mi concepto novelístico, es que ésta se escriba por los propios personajes, que sean ellos quienes nos platiquen, y que el autor sea una especie de Celestina que pone al hombre y a la mujer en un cuarto y luego les dice a cada uno las maravillas del otro, y pone la música adecuada, y ahora sí: “¡Personaje y lector, júntense! Yo ya me voy, ya les puse el terreno propicio”. Eso es ser una Celestina, no el que va y se mete entre los dos y quiere ser amador de uno y amante del otro, y en lo que se convierte es en un escritor, que es tan soberbio y orgulloso que quiere dejar su huella en cada una de las letras, en lugar de que ocurra lo contrario. El problema, con la mayoría de los escritores, es que quieren ser superiores al libro y no se han dado cuenta de que el más difícil, pero al mismo tiempo el más efectivo de los caminos, es que el autor no se vea, y que, en cambio, se vea la obra…

¿A usted nunca lo empañó esa ambición en La Mara?
Eso es otro problema. Yo estoy hablando de la construcción de un texto. Ahora, sí hablamos de la mara, por supuesto que me afectó. Tanto me afectó que escribí el libro. Pero lo escribí desde el punto de vista de la objetividad, de alguien que no quiere ser más que la mara, ni quiere ser más protagonista que los personajes. Yo soy un vasallo, soy un sacerdote de un gran tótem religioso, que es la novela. Yo estoy chiquito, a comparación con la novela. La novela es mejor, su letra es mejor. El escritor es un imbécil que lo único que hace es escribir. La novela funciona, tiene una estructura, una forma tan diferente que, al acabar, es absolutamente independiente del escritor. Vive por sí misma.

¿Cómo hizo para no romper la línea entre la literatura y la antropología o la sociología, al escribir un libro sobre las maras?
Es que los sociólogos, los antropólogos y los historiadores tienen una mirada perdida (…). Se tratan de justificar sus propios razonamientos. Pero, preguntemos, ¿la historia de Francia se lee mejor por Balzac o por los historiadores? (En ese momento Rafael nos mira, indagando nuestros pensamientos, y nos acusa con sus ojos, de manera que no nos da tiempo de responder a su pregunta…) ¡No estoy tratando de compararme con Balzac! Ya vi esos ojillos con cara de “este viejo loco…”, o de “este pinche bigotón ya está…”, no, no, no. Estoy estableciendo una relación nada más…

(Todos rompemos en risas, nosotros por cándidos y él por premeditador y, luego, simplemente, nos hacemos los del ojo pacho).

Yo leo mejor la historia de Francia por Balzac y la conozco mejor leyendo la parte de Luis XIV y de Enrique IV, leyendo a Michel de Cebac, que leyendo la historia misma. ¿Por qué no puedo contar la historia desde un tinte novelístico, sin tener que enfrentarme al problema de los sociólogos y los historiadores? Los sicólogos y los historiadores son como las gitanas. (Ahora, más despiertos, abrimos bien los oídos para entender su nueva metáfora y no pecar de inocentes cuando nos ilustre con mímica) Son egocéntricos, quieren contar la historia a su modo. Las gitanas bailan de perfil, para dar un paso gitano, luego, se ven las nalgas y se aplauden: “¡Puta, qué buenas nalgas tengo!”, dicen. (Y pasó lo que tenía que pasar, la ocurrencia nos hizo estallar en risas.)

¿Y cómo comienza a surgir la idea de una novela sobre las maras?
Con el propio tema, Christian…

Claro, pero hay muchos temas…
Pero este es un buen tema.

Pero, en ¿qué momento se despierta…?
Porque lo escuché. En el año 2001, mi hija se me acerca y me pregunta: “Oye, papá, ¿qué es la mara salvatrucha?” Y un padre no puede nunca confesar a su hija: “¡Soy pendejo!”.

(Un buen punto, pensamos, mientras avalamos la idea entre risitas).

Entonces, yo le dije, “mira, tengo una muy poca información, variada, pero difusa. Tu que sabes meterte al internet…”. Porque yo no sé meterme al internet, y espero no saberlo nunca. Meterse al internet es gastarse la enseñanza. Todos estos cabrones estudiantes de hoy, se meten al internet y no saben nada, pero conocen cómo localizar el tema y luego se lo presentan al profesor. Y ni lo leyó, cabrón, si nomás lo apuntó. El internet para lo único que ha servido es para hacer más huevones a los huevones, y más pendejos a los pendejos. Porque fueron más huevones y no leyeron… Entonces, mi hija y yo nos metimos al internet, y cuando veo el primer cabrón, lleno de tatuajes, pensé entonces: “esto está en la frontera” y, en mi intento por saber más, hablé a unos amigos míos de la frontera y les dije “tu sabes algo sobre…”, “claro”, me dijo, “aquí en la frontera todos sabemos, sí el único que no sabe eres tú”. Entonces, al tercer día tomé un avión y salí para allá, para hablar con mis amigos, que me empezaron a hablar sobre el territorio y el panorama, y aquí está una novela.

¿Fue impactante para usted?
¡Claro! Si ayer que me presentó Mario López, que trabaja en la cárcel, con las maras, yo me quedé quieto... Supuestamente yo había escrito sobre las maras y el hombre me estaba platicando cosas que yo ni sabía. Pero desde luego que se trata de otra mara. La mara salvadoreña no tiene que ver con esa mara silvestre, terrible de la selva guatemalteca y de la mexicana. Es un demonio con cabezas, un pinche demonio a secas, que tira mordidas al que se pare cerca. Aquí no están pensando. Aquí un buen día se les mete a estos cabrones invadir la ciudad y a ver quién los para.

¿Esta experiencia, que lo puso de frente con las maras, cómo fue?
Mira, les dije una vez, ante esa pregunta, a los españoles, “les voy a escribir una pinche novela que describa cómo escribí la novela”... Me persignaba como los toreros y salía del hotel con la virgen de la Macarena, que es la más torera de todas las vírgenes, e iba a meterme allí. Me quitaba el reloj, los anillos y me ponía un pantalón de mezclilla, un sombrero de petate y allí andaba caminando y me metía a Tecun Uman y cruzaba la frontera sin papeles y regresaba a meterme en las tabernas, en una de esas me hice amigo de una puta, que en la novela se llama “Sabina”. Lo único que no hice fue preguntar, eso no lo hice. Yo era un borrachín más, un tipo más, metido en ese submundo, comiéndome la vida…

¿Todos los personajes que salen en la novela, tienen base en la vida real o es una mezcla de lo que usted captó?
¡Christian!, la pinche vida no es en blanco y negro. No me hagas esa pregunta. ¿Cuáles de los personajes de Balzac son reales?... Son y no son… Existen y no existen… ¿Cuál de los personajes de Rulfo hablan como el que está hablando? Nadie. Ponle una pinche grabadora a un indígena de la región de Nayari o de la región de Colima. A ver, háblale, a ver si es igual. ¡No! ¡Sí, lo inventé! La verbalización está inventada, la literatura es invención…, pero que sea tan invención que tú lo leas y lo creas. Por eso mi maestro, José Donoso, tiene una frase: “el creador tiene que hacer y deshacer las cosas para convertir la otra verdad en el engaño”. Nada existe hasta que no está escrito. Y cuando ya está escrito ya es otro engaño y lo creo. ¿Por qué voy al cine y me siento a tragar palomitas y, si tenemos tiempo, podemos ver la película, y está el gladiador, luchando con un tigre y hasta nos pellizcamos los testículos por cerrar las piernas de la emoción, si todo es mentira? Y estoy sufriendo por mentiras. Y cuando salimos de la sala del cine, le digo a mi acompañante: “oye, cómo nos hizo sufrir este cabrón”. Sí, pero se trata de la convención de la mentira que se convierte en real. Pues, eso es lo que yo trato de hacer con la literatura, nada más que ese cabrón que hace el cine tiene millones de dólares y cientos de empleados, maquetas donde simula el circo romano, y todo es pura trampa. Pero ahí está la magia de la mentira. Todo eso lo tiene que hacer el pinche escritor con la pura palabra, para que cada uno se meta en la historia, para que todo sea sentido con la única decoración de la palabra. ¿Cómo no voy a ser mentiroso? Sino no fuera mentiroso, no estaría aquí, viéndoles la cara de gusto que tienen los dos…

¿Se hizo a migo de algún marero?
¡No! Yo no tuve que hacerle de amigo de un marero. ¿Entonces voy a escribir como amigo de mareros? No, no, no… Yo no necesito ser amigo de un marero. Hablé con un marero, desde luego. Yo no soy escritor de amigos. “¡Ay, la biografía de mi amigo el marero!”. ¡Chinga a su madre a mi amigo el marero!, ¡Si lo matan, que lo maten! Me importa madres. A mi lo que me importa es que me de resultados para efectos de un trabajo literario. ¿Qué le puedo arrancar al marero? Nada. Pero si veo al marero, veo su forma, veo sus manos, veo su entorno, y luego salgo a la calle y estudio lo que vive, lo que trabaja, pues lo puedo describir…

¿Y en sus obras anteriores no ha tenido un acercamiento personal?
Algunas si, otras no. Por más que quise acercarme a Marilyn Monroe no pude, llevaba ya 35 años de muerta. Ni los pinches gusanos me hubieran contestado.

¿De dónde viene esa fascinación por Marilyn?
Porque de una pinche revista española me hablan y me dicen: “oiga, quiero un reportaje de Marilyn Monroe, que va a cumplir quién sabe cuántos años de muerta. ¿Y qué tengo qué hacer? Pues, escribir veinte cuartillas, y conseguir datos de su vida: con cuántos se metió, con cuántos folló. Venga”. Y empecé a ver, en un libro que hablaba de su biografía, que la pinche CIA, comienza a preguntarse por qué Marilyn viaja hacia México, y luego yo me pregunté “por qué la pinche CIA pregunta”, y comienzo a investigar y descubro el maravilloso complot, que dio lugar a la novela. Así se hacen las cosas.

¿Está muy vinculado al cine?
Yo veo las novelas como cine. Yo te la voy a contar. Como alguien dijo, “puedes decir: hace frío, pero no cualquiera puede hacer sentirlo. Esa es la diferencia del buen escritor, y de los pinches escritores pesados que lees lo que escriben, y parece supositorios de plomo lo que están escribiendo. (Embelesado con esta metáfora, Rafael, hurga en lo más profundo de su ser, y nos embate con su forma de ver el mundo. Mientras tanto, nosotros hace rato que estamos callados, oyendo con atención y tratando de no perdernos en sus críticas reflexiones). Cualquier pendejo puede hacer frasecitas interesantes, pero, a ver cuéntame lo que pasa aquí… (Nuevamente, pecamos de inocentes, y tardamos en la reacción ante el reto. Al final, solo atinamos a reírnos de nuestra propia impotencia). Está cabrón, ¿verdad? En cambio sí puedo decir: “los cuchillos brillan sobre la tarde plateada. Y hoy, en los cielos azules de El Salvador, dos manos se extienden caminando por las paredes, la niña toma la fotos desde el punto de vista del arquetipo”, hazte cuenta. Usa todas las mamadas que quieras, pero cuéntame qué es lo que pasa. ¿Está difícil? Sí, eso es contar, lo demás son pendejadas.

¿Cómo se metió en este oficio y dejó las mamadas de lado?
¡Hace cuarenta años! Ya no me acuerdo, ni me quiero acordar. Mira, para qué me espanto dos veces. Una vez iba a torear con un señor llamado Capetillo. Él era un hombre mayor, la verdad que todos los hombres son mayores, más grandes que yo. Yo soy un hombre bajo. No puedo ser guardaespaldas, debo ser guardanalgas. Entonces, estaba con este señor, que era un torero profesional, yo era un joven que quería ser torero. Y me le acerqué y le dije: “oiga, maestro, qué gusto torear con ust… ¡Grrrr!”, me gruñó el cabrón. Y yo intentando cómo carajos llegarle al torero. Le volví a insistir: “oiga, maestro” y usted cómo ve la tarde para torear… ¡Grrrr!”, me volvió a gruñir y yo pensando cómo hacerle. Y en ese le digo: “Por qué no nos acercamos a los corrales, para ver a los toros, a los novillos, y usted pueda darnos algunos consejos”, y en eso se volteó y ya me habló y me dijo: “¡Pendejo!” Pendejo es imbécil llevado al extremo. Me dijo, “¡Pendejo!, para qué nos espantamos dos veces: una vez a la hora que los ves y otra, en el ruedo, a la hora en que estás en el rodeo”. “¡Hey!, ¡qué sabio es este hijo de la chingada!”, me dije, “¿Pa´qué me espanto dos veces en la vida? Lo hago y san-se-acabó”, pensé.

¿Pero cómo se metió a la literatura?
¿Por qué el escritor descubre que es escritor? Por mil razones o por una. Esto es lo que yo quiero, y no cualquiera, en el mundo, hace lo que él quiera o vive como quiere. Es que, el escritor, un día descubre que es un escritor. A lo mejor no lo descubre nunca. O a lo mejor cree que lo es y no lo es. Y el que se empata y dice: “soy y creo que lo soy”, independientemente que lo seas o no, pero si estás convencido de que lo eres, seguro que ahí vas…

(En este punto de la conversación, los camareros, que nos estaban rondando desde hacía unos diez minutos, al fin nos han cercado. Rafael aprovecha para pedir una sopa de cebolla y una ensalada para “despuesito”. Nosotros decidimos acompañarle con las respectivas tortas-sándwiches del MARTE… Andrés, el camarero en turno, regresa luego de unos minutos con nuestras bebidas y parte de las órdenes culinarias. Mientras, tratamos de retomar el rumbo de la plática.)

Me pregunto… Cómo escritor, ¿se ha llevado ese tipo de sustos de los que nos hablaba?
Ah, cómo no. En esta novela me llevé muchos sustos, pero no sustos físicos, esos se pasan. El susto vino cuando me di cuenta del tema, del fenómeno social que implican las maras y el fenómeno que se da en la frontera guatemalteca-mexicana. En donde están reuniéndose personas no solo de estos países, sino de Honduras, Nicaragua, El Salvador, Bolivia, Ecuador, etc., todos los que quieren llegar a Estados Unidos. Ese terror que me dio encontrarme con ese mundo y. para colmo, policías corruptos, espantosos, brutales policías mexicanos hijos de puta que oprimen y joden a los centroamericanos, y encontrarme con ellos, disfrazados de bondadosos funcionarios, que están reflejados en la novela. Ver la violencia, la prostitución y todo ese entorno. Imagínate todo el miedo que da para decir: “no tengo la capacidad para escribirlo”. Poniéndolo en términos taurinos, lo peor que le puede pasar a un torero es que demuestre el toro que es mal torero, que demuestre el tema que es mal escritor. Es el peor terror. Porque ese no lo intuyes. Está ahí pero no se sabe, aunque te pegue una puñalada por la espalda. Si yo no tengo la capacidad de afrontarlo, tengo que decirme a mí mismo que no soy escritor.

¿Con “La Mara”, ese ha sido su peor miedo?
Claro. Esta era una novela polifónica. En donde la están contando quince personajes que tengo que ir anudando, de tal manera que hay un momento en que el recuerdo de uno de ellos me lleva a otro y otro sucesivamente, hasta que regreso a la realidad del primer personaje... Manejo, además, personajes que no son personajes, pero que, a la vez, lo son, como es el entorno y el lenguaje en que se desarrolla. Se necesita saber construir un pinche novela. No solo usar las palabras, sino saber construirla desde el punto de vista arquitectónico, para que la novela funcione como tal. Y ese es miedo. En todos siempre hay miedos, pero el miedo es relativo. Lo que pasa es que el tamaño de la operatividad y el tamaño del tema mismo, me hacía que tomara una espada y que estuviera dispuesto a pelearme. Porque el tema no era algo que yo estuviera manejando. Era un tema que yo me iba construyendo, y me le estaba trepando, con la posibilidad de que este me quedara grande y que me dijeran: “¡Ah, mira, qué buen tema, pero qué pendejo eres para escribir!”.

Nadie se lo ha dicho…
No, al contrario. Creo que le gané al tema. Porque no puede el escritor, soberbio y cabrón, enfrentar a un tema solo. No. Aquí el que se enfrentó al tema fue el lenguaje. Sería un acto de humildad de autor ausentarse de su obra, para que, en su lugar, se encontrara el lenguaje. Que era el apropiado.

Usted está muy cerca, en su novelística, de temas que tienen que ver con los marginados…
Eso dicen mis biógrafos. No me interesa lo que piensen y si lo piensan, me vela verga. Me gustan los temas marginales y los escribo. Y yo no soy marginal. Vivo en una casa de puta madre y tengo un coche muy bonito, pero me interesa el mundo marginal, será porque eso lo comprendo, y a los ricos no los entiendo. Prefiero una cantina en lugar de pasar una noche en una fiesta donde se sirve champagne.

¿Su vida nocturna es así de liberal?
No tengo vida nocturna. Lo que pasa es que necesito escribir muchas obras. La Mara es la primera novela de una trilogía de libros que van a salir sobre México, el México marginal. Ya tengo escrito el segundo. Lo escribí en seis meses.

¿Por qué esa urgencia de escribir?
Porque ya me voy a morir…

¿Cómo lo sabe?
Pues, ¿tú no te vas a morir?

Claro. Pero espero que no sea mañana…
Yo también, pero te aseguro que, por lógica, tengo menos tiempo que tú. Ya no puedo perder el tiempo. Entonces, los tragos hay que tomárselos, las mujeres hay que bebérselas. Pero hay que alterar la vida. Antes eran mujeres, tragos y literatura. Ahora es: literatura, mujeres y tragos. Yo prefiero escribir como si me regalaras un mes de vida. Porque me queda muy poco y porque me queda mucho que decir y porque no creo en ninguna otra cosa que no sea la literatura. Y para no tener problemas, ni siquiera quiero ser rico, porque así no ando pensando cómo administrar mi dinero. Simplemente se lo doy a mi mujer, que es española y cabrona y trae un clavel en la boca y un pinche puñal en la mano. Así solo me preocupo por escribir.

Usted ha mencionado a Roque Dalton en otras entrevistas, ¿es tan conocido este escritor salvadoreño en México?
En México se le conoce poco, pero pasa lo mismo en El Salvador. No lo conocen, menos conocen sus poemas, menos conocen su trabajo político, menos conocen su talento, generosidad… No lo conocen. Entonces, yo le recomendaría a los salvadoreños que se dediquen, no a levantarle una estatua, sino que se le haga el verdadero homenaje que todo autor, en realidad, quiere: que le publiquen su obra. Un escritor no escribe para que le levanten estatuas, lo hace, consciente o inconscientemente, para trascender. El mejor homenaje que se le puede hacer al maestro es publicar ediciones masivas de sus libros, hasta que trascienda y se convierta en el gran poeta de Latinoamérica y no en el de Centroamérica.

¿Cree que a ese nivel está Dalton? (En ese instante, la cuchara resbala de la mano de Rafael, la pregunta lo agarró en curva, pero luego de pocos segundos de reflexión desenvaino y habló).
Hombre, carajo, me haces un pregunta difícil, porque te podría decir que al maestro Dalton lo leo con cariño, y cuando uno lee con cariño a alguien, no es muy sencillo hacer valoraciones. A mí me parece bien.

Pero, poner a Dalton a la altura de Pablo Neruda o de Benedetti, suena difícil…
No, de Benedetti sí. Él es un efecto más mediático que real. Y no hablo mal de un amigo. Nos conocemos y hasta hemos dado clases juntos, pero él no es el “gran” poeta. Es un buen poeta, pero no es Huidobro, ni Neruda. Roque, en cambio, es un poeta que debería tener mayor trascendencia de la que ya tiene. Yo creo que podría formar parte del panteón de poetas latinoamericanos, sin ser el mejor o el más grande.

Cuando usted se refiere a que hay gente que ocupa el nombre de Dalton para hacerse de fama, ¿a quién se refiere? (De nuevo, Rafael, presiente la llegada del compromiso al hablar y en su cara se dibuja una sonrisa de complicidad, sin embargo se niega a dar nombres).
Mira, yo creo que hay muchos individuos que se precian de ser amigos de fulano o mengano para subir sus propios votos, y se deshacen en halagos. Porque la lógica es: “dime con quién andas y te diré quién eres”. Y si soy amigo de de fulano y mengano, voy a crear una imagen de mí mismo. Pero la verdad es que se trata de un pobre mediocre que se trata de agarrar de los cojones de otro mediocre. No te puedo decir nombres, pero existe ese fenómeno.

(Y, de pronto, la grabadora se tuvo que hacer la sorda. El almuerzo estaba a medio digerir, pero el escritor debía atender otros asuntos pendientes. Un cierre abrupto para una charla frenética. Como debe ser. Tal vez se marchaba para enfrentar más preguntas indiscretas como las nuestras. Tal vez iba a encontrarse con algún amigo de Dalton…)

lunes, 20 de septiembre de 2010

"No creo en bombas, pero a veces me dan ganas de tirarlas"


Tiene una opinión audaz para todos los temas, se declara anarka seguidor de Jünger y es imposible reconocer en él al mexicano que vende a su país como lo mejor del mundo. Al contrario, es ácido y crítico al hablar de la historia mexicana y encuentra en la realidad de su fútbol el perfecto retrato de una malograda sociedad.

Entrevista publicada en www.elfaro.net el 20 de junio de 2010 por Élmer Menjívar. Foto de Juan Jorge Marcos.

El escritor mexicano José Luis Rivas Vélez es un hombre con sombrero, y el sombrero combina con su traje, y su traje son su reloj, usa bigote y su cara tiene la capacidad de mutar entre lo apacible, lo mordaz y lo cómico. Conversador afable y dispuesto a meterse en todos los temas que se le ofrecen, vino por primera vez a El Salvador hace ocho años al Festival Internacional de Poesía, y hoy lo trajo la alcaldía de Santa Tecla para la inauguración del Museo de la Ciudad y un homenaje a Roque Dalton.

Es un poeta virtuoso con el léxico y traductor por envidia, pues asegura que aprovecha el oficio para reescribir en castellano solo obras que quiso haber escrito él. Reconocido con muchos premios literarios desde su primer libro en 1982, en 2009 el gobierno mexicano le otorga el Premio Nacional de Ciencias y Artes.

Es traductor, editor, poeta y ensayista. Nació en Tuxpan, Veracruz, México. Es licenciado en filosofía en la Universidad Autónoma de México. Formó parte del Sistema Nacional de Creadores de Arte del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de México. Es director de la Editorial de la Universidad Veracruzana. Reside en Banderilla, Veracruz. Fungió como director de la Editorial de la UV durante 14 años. Ha escrito Tierra nativa (1982), La transparencia del deseo (1986), Luz de mar abierto (1992), Ante un cálido norte (poesía reunida 1993-2003) y Un navío, un amor (2005); fue ganador del Premio Nacional de Poesía Aguascalientes (1986) y también del Xavier Villaurrutia en 1990.

Hablamos con él bajo una de las tormentas inclementes que lo fascinan. Recibió de nosotros la noticia de la muerte de Carlos Monsiváis, quien ha sido su amigo. Prometimos imprimir esta plática y enviársela por correo convencional porque es obstinadamente pretecnológico.

Es difícil presentarlo con tantos oficios. ¿Cómo se presenta usted?
Soy escritor, mexicano, nací en un pequeño puerto al norte de Veracruz, de nombre Tuxpa, en 1950. A los 15 años partí a la ciudad de México a estudiar filosofía. Más tarde cambié de carrera, me puse a estudiar letras hispánicas, después volví a filosofía. Tardé en concluir mis estudios porque pasé a trabajar en distintos lugares: la Universidad Autónoma de México (UNAM), la Universidad Autónoma Metropolitana, luego en el Fondo de Cultura Económico, siempre con la intención de ser escritor. En 1982 publiqué un libro de poemas titulado "Tierra Nativa", que se vio favorecido por un premio, tres años después publiqué otro libro, al año siguiente otro que recibió otro premio en Aguascalientes. En fin, llegué a creérmela que podía ser escritor.

También se lo creyeron otros...
Menos mal, porque si no sería solo un espejismo colectivo.

Tanto se la creyeron que anda usted por acá como invitado de honor a un homenaje para Roque Dalton junto con Ernesto Cardenal y Víctor Casaus.
Es probable que eso también sea un espejismo ja, ja, ja.

Por este elenco se infieren cierto tipo de afinidades ideológicas y cercanías a ciertos procesos.
Esa afinidad me acompañó hasta los primeros años de mi estadía en la ciudad de México, cuando varios de mis compañeros andaban en grupos troskistas o comunistas o de otro tipo, y trataron de jalarme a sus filas, pero siempre he tenido un espíritu bastante individualista. Lo más que logré entrar en esos terrenos fue cuando escribí en una revista de corte bastante anarquista, pero también nietzscheano, que se tituló "Caos". Hay bastante simpatía mía por las causa de izquierda pero nunca he sido un militante.

Octavio Paz y Carlos Fuentes provocan mucho recelo por esa misma postura, que en México no ha sido muy bien vista...
Y así sigue siendo. Yo no tengo ni credencial para votar.

¿Y eso por qué?
Porque no creo en las elecciones de mi país.

Desde la literatura suele proponerse algo ideológico, pero así como usted se pinta...
... parezco no proponer nada, ja, ja, ja...

Eso no lo dije yo.
Lo que sucede es que mi intención desde luego no va afiliada a ninguna causa grupal, pero por supuesto que en el fondo de mi actividad como escritor, el hecho mismo de reincidir en la publicación, existe desde luego el propósito de comunicar, así sea para contribuir a la confusión general.

¿Comunicar qué?
Creo haber sido una persona que disfrutó de una infancia muy bella en muchos aspectos, desde el punto de vista de lo bello natural. En lo que llevo aquí en El Salvador, recordé una vegetación muy similar a la que había en México; esas lluvias formidables que se han desencadenado me hicieron recordar también el mundo en el que de niño viví, y que era también de una ferocidad muy grande. Y qué bueno que esto todavía se conserva en este país, en el mío buena parte de eso ha sido arrasado en aras del progreso, el avance tecnológico y quién sabe cuántos otros ardides de la misma calaña.

En su obra se intuye una reivindicación de todo eso a través del vocabulario, de insistir en el uso de palabras de otro tiempo y de un espacio bien delimitado.
A mí me sorprendió que cuando hice una lectura a fondo de las principales antologías y obras de poetas mexicanos del siglo XX me topé con el hecho de que una enorme mayoría de ellos usaban el lenguaje culto, como si la poesía necesariamente tuviera que apelar a una habla libresca, no al de la gente y su vida cotidiana, nada que ver con el lenguaje coloquial, o apenas alguna frase para subrayar un contraste meramente circunstancial o deliberado, pero como botón de muestra. Entonces pensé que yo me había desenvuelto en un medio en que la gente nombraba las cosas que tenía enfrente con sus palabras, conversaba de la manera que le era propia, y traté de insertarlo en mi escritura de la manera más natural, sin tratar de que fuera una reproducción fiel o realista. A fin de cuentas yo no tenía más instrumento que mi memoria, porque al estar en la ciudad de México, la suspensión de esa habla en mi escucha diaria me permitió localizar el habla de mi abuela, de mi madre, la gente que estaba muy próxima a mi infancia y con esos elemento traté de hacer algo que participara de lenguaje culto, pero también de la gente común.

Supongo que este entendimiento de la palabra en su contexto influye mucho en su otra faceta profesional, la de traductor. ¿No considera esa labor un tanto temeraria?
Resulta que yo soy una persona muy tímida, pero al mismo tiempo temeraria, y he emprendido en el área de la traducción tareas mayúsculas: he traducido toda la poesía de Elliot, toda la de Rimbaud, buena parte de su correspondencia; he traducido el Omeros, de Dereck Walcott, un poema bastante extenso; traduzco ahora una novela en verso de Les Murray, un poeta australiano, que está nominado desde hace años para el Nobel, en fin, me he metido en trabajos de esta naturaleza en buena medida porque soy un insensato que siempre he tratado de traer a nuestra lengua las cosas que he leído en otras lenguas y que me han perecido maravillosas y he querido de algún modo tratar de compartirla con gente de mi lengua. Pero debo confesarlo de fondo: me hubiera gustado haber escrito esos libros. Y como no pude escribirlos en la lengua que se escribieron, trato de reescribirlos en la mía.

¿Ha caído en la tentación de hacer un poco suya la obra al traducirla?
Bueno, eso es un peligro y también un gesto honesto y yo no veo maneras de que el traductor se despersonalizara en vista de lo que tiene delante, tiene que asumirlo como algo susceptible de pasar, cambiando lo que tenga que cambiar, a la lengua propia, buscando siempre de que sea en la propia un poema también.

Hay otro tipo de traslado en la obra literaria, que ya no es de lengua, sino de tiempo. ¿Cree usted que un joven de ahora puede conectarse con la obra que usted escribió siendo joven?
Yo creo que no. Una de las cosas que advierto de dificultad con los jóvenes de ahora es precisamente esa amplitud de léxico, esa obstinación mía por nombrar las cosas tal como eran nombradas entre la gente de mi pueblo. A veces siento que me asiste cierta razón; por ejemplo, hay ciertas aves que no pueden ser nombradas con otro nombre que el pueblo le da, por ejemplo, la chachalaca, no hay otra manera de nombrarla, he tratado de recuperar en el nombre la descripción de un ave que no para de hacer sonidos molestos al oído.

Ese esfuerzo, aparte de los premios estrictamente literarios, le ha valido también reconocimientos políticos como el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2009. ¿Qué cree que quiere reconocer un Estado cuando otorga estos galardones?
Exactamente no lo sé, tendría que contestar por el Estado. Creo que en mi caso es porque he escrito más de una docena de libros, he traducido más de una docena de libros, sobre todo poesía, y lo que se premia es más bien el carácter machacón de mi temperamento y mi insistencia permanente por hacer estas cosas.

Dada la triste noticia que se supo hoy (sábado 19) sobre la muerte de Carlos Monsiváis, quisiera...
¿Murió Carlos Monsiváis? No lo sabía, y los de aquí tampoco se han dado cuenta...

(La noticia le cayó por sorpresa, tuvo un evidente sobresalto. Carlos Monsiváis era su amigo. Tomó su teléfono celular y trató de comunicarse con su familia, pero no lo consiguió. Tras un momento de asimilación seguimos esta plática con una valoración sobre Monsiváis.)

Monsiváis es... era la conciencia crítica de México, una persona que nunca dejó de expresar en el lugar que fuera lo que pensaba y creo que representa una gran pérdida para el pensamiento crítico de mi país. Nos queda Fernando del Paso, pero no son muchos los que han mantenido una actitud como la suya a lo largo del tiempo. Lamentablemente este tipo de figuras no son reemplazables, la repetición de figuras así es probable que ya no se dé.

Usted estuvo hace apenas horas en un homenaje póstumo a quien aquí se le considera una conciencia crítica, a Roque Dalton, pero que murió hace 35 años. ¿Qué conoció de Dalton?
Yo no lo conocí personalmente, conozco parte de su obra. Es un poeta notable, creo que el caso de su asesinato sigue siendo una especie de enseñanza permanente de causas de grupos movidas ideológicamente, en las que todo aquel que se aparta criticando es objeto de imputaciones de traición. El espíritu crítico no es bien visto ni en la derecha ni en la presunta izquierda, pues lo que debería establecer la diferencia entre la izquierda y la derecha es precisamente su capacidad para asimilar el pensamiento crítico de sus propios integrantes, pero al parecer eso no se da, y en su lugar se ve como una especie de enemigo latente. Eso es de una gravedad terrible. Si su asesinato hubiera sido por parte del ejército oficial o una instancia similar todo hubiera tenido cierta lógica, pero al ser perpetrado por un grupo de izquierda al que él pertenecía es que resulta sumamente grave, y es sumamente grave que no se haya podido hacer justicia y llevar a la cárcel a sus asesinos.

¿Cómo interpreta usted que la familia Dalton esté actualmente haciendo señalamientos claros y exigiendo algo muy concreto al Estado respecto a este asesinato y que no haya respuesta?
Parece que este señor (Joaquín) Villalobos lo mismo es asesor del presidente de México, Colombia y en otros países, y según parece también tiene nexos con el mismo presidente de El Salvador, y si eso es así, difícilmente esto llevará al esclarecimiento de las cosas, tratará de algún modo de evitar llegar a este punto. Una sociedad para que pueda realmente desarrollarse y poner en claro su historia necesita que se produzcan acciones que creen un clima de justicia que sea el anuncio de un nuevo tiempo.

¿Considera válido el reclamo de la familia Dalton aunque hayan pasado 35 años?
Claro que es legítimo, precisamente porque una de las personas que es señalada como uno de los que lo ejecutan juega un papel de asesor contra movimientos de insurgencia y termina pactando con los poderes. Porque es por eso que muchos movimientos de izquierda terminan en dictaduras como Cuba, el mismo Ortega de Nicaragua, son héroes extraordinarios cuando están enfrentados al poder, pero cuando están en el poder pareciera que están destinados a reproducir lo peor del poder y a veces de una manera todavía mas terrible.

El problema según lo ve, es el poder... salió su veta anarquista...
Ahí está el asunto. Porque se habla de que la democracia representa un avance, pero, ¿dónde hay democracia? Sé que se dirá que es perfectible, que va mejorándose y que solo en la Atenas de Pericles hubo algo cercano a lo que consideramos democracia. Pero en mi país, por ejemplo, la democracia en un simulacro, donde los medios de comunicación deciden quién va al poder y los medios están infiltrados por los narcos. Parece que hasta el mismo Senado y los órganos representativos de la democracia de México están también infiltrados. ¿Cómo pensar que lo que se desarrolla a partir de eso sea algo cercano a la democracia?

¿Qué tan traumada quedó la sociedad mexicana luego de las últimas elecciones presidenciales?
Por un lado hubo un manejo muy taimado de los medios, que son los representantes del gran capital, y no solo representantes: las grandes empresas televisivas de México tienen como propietarios dos de los grupos más poderosos. Y un López Obrador que vociferaba que haría tal o cual reforma contra los empresarios en aras de conseguir votos, por su torpeza generó que estos empresarios urdieran un plan para arrebatarle la votación de una forma taimada. Sí fue una frustración para la sociedad civil, para la gente que creyó que ahí venía una apuesta, una posibilidad de cambio, de justicia, de redistribución de la riqueza que en México ha estado acaparada por más de doscientos años por trescientas familias. Esas esperanzas y creencias se vinieron abajo. Luego el mismo partido de López Obrador ha entrado en una serie de enfrentamientos, lo que ha mostrado lo que te digo del poder, y han hecho una serie de alianzas con el gobierno de Calderón realmente lamentables. Por eso yo digo que ya no existen partidos políticos en México, todos están fundidos en la misma porquería.

Usted se ha declarado anarquista. ¿Se identifica con las expresiones violentas del anarquismo como forma de debilitar el poder?
Yo no creo en las bombas aunque a veces me dan ganas de tirarlas, si de verdaderamente llegaran a tener un efecto benéfico como la supresión de dos o tres gentes que uno sabe que concentran en un determinado momento ese manejo ruin de la politiquería. Lamentablemente en mi país es una especie de Hidra que puedes arrancarle unos tentáculos pero reproduce 20. Por lo tanto, la violencia por ahí no parece que funcione. Aparte de que México es un país de delatores y traidores, toda la historia de la revolución en una historia de traiciones.

Usted no se expresa como un anarquista típico, pero tampoco como una mexicano típico que siempre repite que México es todo lo mejor...
Yo como anarquista comulgo más bien con el pensamiento de Jünger, quien no habla de un anarquista, sino de un anarka, donde hay una variante: estar cerca del poder pero tratándose de hacer una acción diferente con otros objetivos pero sin que eso garantice nada.

¿Y con qué visión del mexicano comulga? No parece muy optimista con su país.
Bueno, tenemos una infiltración del narco realmente aterradora, con carteles que se han formado con gente que ha desertado al ejército y que conocen el manejo de las armas, de los procedimientos del secuestro y antisecuestro.

¿Será que todo esto ha mermado ese orgullo del mexicano que está en el imaginario colectivo?
Cuando uno viene a El Salvador uno se da cuenta de la enorme influencia que México tiene en cuanto a imagen, y eso es por el manejo mediático, por haber sido pioneros en los medios de comunicación, la televisión, la radio. Me sorprende que tanto aquí como en Costa Rica, por ejemplo, haya programación consagrada a México, reproducen buena parte de los programas de México, películas, programas de chismes. Tan así que por los medios hay idealizada una imagen de un México que desapareció. Muchos creímos que con la desaparición del PRI México cambiaría, pero los gobiernos panistas que lo han seguido han sido la reproducción agravada de lo mismo, han sido ineptos en el desempeño.

¿Usted cree que el mexicano se ha dado cuenta?
Se ha dado cuenta, pero no tiene opción. O sea, no hay ningún partido que represente otra cosa.

En el contexto del Mundial de Fútbol se puede ver cómo intelectuales y escritores como Juan Villoro y Martín Caparrós reflejan un pesimismo unívoco: si empata la selección, está mal; si gana, son victorias pírricas; si pierde, ya se esperaba, no sé si a eso le ve un significado.
Al que he leído es a Villoro, y ha mostrado a través de la realidad del fútbol lo que está pasando en su país, la realidad que muestra el fútbol. Por ejemplo, la búsqueda desaforada del negocio por encima de cualquier cosa. Tenemos al hombre más rico del mundo (Carlos Slim) y cincuenta millones de mexicanos hundidos en la miseria. Creo que no hay que decir más al respecto. Por otra parte, en la liga de fútbol mexicana hay dos torneos anuales, y esto con vista a tener un negocio permanente con grandes dividendos. En México no se mide a un equipo por el rendimiento sostenido en un torneo largo como en España, sino que creo que se sacan ocho finalistas en torneos rápidos y se van eliminando hasta que hay dos semifinalistas... en fin, tanto Villoro como otros han demostrado que hay equipos que no pretenden ser campeones, solo pretender sacar dos o tres futbolistas notables que puedan vender luego a otros clubes locales o extranjeros y eso representa un negocio redondo. Este papel del negocio por encima de cualquier cosa en el fútbol ilustra el conjunto de la sociedad mexicana.

¿Qué significado tienen las celebraciones del bicentenario de la independencia?
El México insurgente se alza precisamente contra la clase más retardataria que son los que están en el poder ahora, una derecha ligada al clero más recalcitrante y que por lo tanto, ¿cómo podría ser esta clase de gente la que celebre la revolución de México, la independencia? Obviamente les da un lustre mediático, pero aparte de eso, nada, porque ellos mismos están desprovistos de una ideología que realmente resulta convincente.

Parece que no hay nada que celebrar.
Eso parece, porque pensándolo bien, a 200 años de independencia se subraya nuestra independencia económica y en muchas cosas de los Estados Unidos. ¿Cómo reconocernos como independientes si nunca lo hemos sido? Pero quiero decir que México es donde mejor se ha manejado retóricamente la independencia y en términos de imagen lo ha manejado muy bien, toda esa idea de las relaciones exteriores, el derecho a la autodeterminación y la soberanía ha sido muy bien manejado como imagen hasta que llegó Fox al poder, a fin de restañar las heridas.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Escritores coreanos

Un extracto de literatura coreana que he encontrado en un Issue. Estos, suponen ser algunos de los escritores más representativos de esta cultura oriental de la que poco se sabe a nivel literario.

Que disfruten.

sábado, 18 de septiembre de 2010

"Le estoy agradecido a Coelho, pero no perderé el tiempo leyéndolo"


En buen salvadoreño, Neuman es de los que no prestan la guitarra y esa su última noche en San Salvador hubiera seguido hablando si no fuera porque su agenda estaba llena. Durante casi dos horas, el premio Alfaguara Novela 2009 habló de por qué escribe, de su infancia, de lo que ya escribió, de sus miedos, de cómo se puede hacer todo para poder sobrevivir y seguir escribiendo… y de por qué agradece que Paulo Coelho venda tanto, si eso le permite a él hacer lo que le gusta.

Entrevista publicada en www.elfaro.net, por Diego Murcia y Rodrigo Baires Quezada, el 4 de diciembre de 2009.

Su último día en El Salvador, el ganador del premio Alfaguara Novela 2009 lo utilizó para caminar por el centro de San Salvador. En jeans y camiseta, andaba investigando para su próximo libro, uno de crónicas de viajes aprovechando la gira por 19 países para promocionar su novela “El viajero del siglo”. Es ese próximo libro el que le preocupa… Ese y los otros que tiene en mente y para los que ahora irónicamente él, que se llama escritor y que por oficio decidió escribir, no tiene tiempo alguno. En estos días, Andrés Neuman, nacido en Argentina y nacionalizado español, solo ha tenido tiempo para viajar, para hablar y para promocionar su novela. Y él lo aprovecha porque sabe que su fama es un instante que durará solo hasta cuando se anuncie el próximo ganador del premio. Y con El Faro, entre otras cosas, habló de eso. La plática se extendió por casi dos horas entre anécdotas de viejas historias contadas y de sueños de nuevas generaciones de escritores latinoamericanos, que se intercalaban con reflexiones sobre la literatura masiva de moda, la industria editorial y la necesidad de escribir como si de un vicio se tratara. De esto último hay mucho en Neuman, quien a sus 32 años ha escrito mucho. “La cantidad no tiene nada que ver con el público, sino que tiene que ver con el ritmo interior. Es una cuestión de ritmo cardíaco”, dice. En su caso, si existe esa caracterización, él sería un escritor del tipo taquicárdico pero siempre alejado del best seller.

Una pregunta de palo: ¿cuándo descubriste tu vocación de escritor?

No sé, tenía nueve o 10 años, más o menos. Empecé a escribir sin darme cuenta y, por supuesto, sin saber que eso podía ser un oficio. Era una necesidad personal de contar historias, no necesariamente ciertas o reales. Incluso, te diría que prefería las imaginarias. Me divertía la posibilidad de contar no solo lo que me había pasado, sino lo que no me había pasado, lo que podría pasarme, lo que deseaba que me pasase o lo que temía que pudiera pasarme. Todo ese conjunto de hechos reales, imaginarios, temidos y deseados, formaba parte de mi narrativa cotidiana. Me decían “¿qué tal estás?", y de niño contestaba no lo que me había ocurrido sino cualquier otra cosa. Encontraba un gran placer en dar respuestas falsas.

¿Eso no se llama mitomanía?

Sí, lo podes llamar mitómano. Pero depende, porque puede ser un caso de imbecilidad profunda o mitomanía… Lo que si no era es hipocresía. Daba por sentado que esas historias eran mentira y no me importaba. Lo que me gustaba era escuchar la historia que se me iba ocurriendo. Un tiempo después empecé a leer y me di cuenta de que había señores que trabajan de eso. Entonces, dije: “Esto puede ser un oficio maravilloso”. Creo que la literatura es verdad en el sentido de su repercusión en la realidad. O sea, lo que cuentas puede no ser verdad pero influye en la realidad.

Tu madre habrá sufrido mucho con las historias inventadas.

Sí, sufría porque muchas veces estas historias eran sangrientas. Curiosamente, quizás porque ya había escrito mucha literatura sangrienta cuando era adolescente, de esto ya no hay en la literatura que hago ahora. Digamos que no evito escribir de violencia, pero me cuesta… Como la literatura es real, aunque cuente algo falso, no me gusta escribir una literatura impunemente violenta. Hasta el día de hoy, cuando tengo que matar un personaje -que a veces lo hago-, lo lamento. Pero cuando era adolescente disfrutaba mucho matando a todos los personajes que podía. En ese momento, mi madre, que era una delicada violinista, se preocupó mucho y creyó que había tenido un hijo sicópata. Y, poco a poco, las historias se fueron tranquilizando sin saber yo por qué. Pero desde el principio sentía que había una utilidad muy fuerte de cada fantasía que narraba en lo real. Me di cuenta de que escribir era un instrumento de realidad y no, como suelen decir, de evasión. Sentía que escribiendo modificaba y mejoraba mi relación con la realidad. Entonces, fue un vicio temprano, como quien descubre las drogas a los 10 años.

¿Y en la vida real te considerás un mentiroso?

No, me considero un narrador, lo cual incluye la posibilidad de poder trabajar con la mentira, a la que prefiero llamar ficción. La mentira es algo que se cuenta a sabiendas de que no es verdad para obtener algo o para manipular algún tipo de situación.

¿Nunca has mentido?

¡Por supuesto que sí, cantidad de veces! Pero también tú.

Ja, ja, ja.

Uno miente en cuanto a ser persona y no por ser escritor. El ser humano es mentiroso. La ficción es un ser elevado de la mentira que busca trascender la anécdota verdadera para alcanzar otro tipo de verdad, que puede ser alegórica, metafórica, etcétera. Como escritor procuro no ser un mentiroso, lo cual no quiere decir que no invente. Si narras algo que siempre has deseado... ¿qué hay más verdadero que un deseo recurrente, por ejemplo? Si escribes tu peor temor, algo que nunca te ha ocurrido, ¿cómo no va a ser verdad?

Y hablando de eso, ¿a qué le temés?

A muchas cosas, como todo el mundo. Los que dicen que no tienen miedo, me da la sensación de que en cualquier momento pueden agarrar una ametralladora y pegarte un tiro. Una persona sensible le tiene que tener miedo a muchas cosas y, en mi caso, es a la enfermedad y a la muerte prematura.

¿Eso es por lo vivido recientemente en el caso de tu madre, quien murió mientras hacías esta última novela?

Lo de mi madre acentuó ese miedo. ¡Me parece tan posible caernos muertos en este mismo instante! Toco madera. Me parece tan fácil morirse y, encima de todo, nunca he tenido un dios que me redima, me premie o nada. Como voy solito por la vida con esta vida frágil y poquita cosa que llevo, me parece tan fácil perderla y sé que cuando muera nadie me va a recompensar por nada. Eso siempre me ha dado miedo.

¿Y eso por qué?

Cuando era muy niño, casi un bebé, secuestraron a mi tía; cuando estaba en la escuela, un compañero se cayó de un techo y se murió; cuando era adolescente, mi abuelo se suicidó; después, cuando tenía 22 años, después que acababa de publicar mi primera novela, mi padre tuvo un infarto y recuerdo perfectamente el momento en que las enfermeras me entregaban una bolsa de basura con los zapatos y la ropa de él, así como si fuera una entrega de despojos; y después, mi madre muere. Esos son algunos de los hitos en los que la vida me recordó -y a todo el mundo le pasa- que somos exageradamente mortales. Y es desde esa conciencia, aunque el tema no sea la muerte, desde la que escribo.

¿Recordás lo primero que escribiste?

No te podría decir. Escribo prácticamente de toda la vida, aún sin esa conciencia profesional, lo que no significa que el resultado no haya sido igual de ridículo y lamentable como los de cualquier niño. Uno de los primeros cuentos que recuerdo haber pasado a máquina, haber mostrado a otra gente y luego corregido, y que claramente era un plagio de Edgar Allan Poe -como otros tantos textos de esa época que hacía- era una historia de un tipo que no podía escribir la palabra muerte, que cada vez que escribía “muerte” o el verbo “morir” dejaba un espacio en blanco y seguía. Entonces, dejó un testamento lleno de espacios en blanco. Ese cuento no fue el primero, pero sí uno de los primeros. Tendría unos 11 años. De esa misma época era uno de un tipo que se miraba al espejo y no advertía que quedaba clonado. Y esos clones se volvían a ver al espejo y la ciudad se llenaba de clones que cometían crímenes. Eran un montón de otros yo que cometían crímenes en la ciudad hasta que lo asesinaban a él. Eso también tenía mucho que ver con Poe y William Wilson. Antes de eso, recuerdo haber escrito cómics, canciones, novelas de espionaje completamente absurdas y novelitas al estilo “elige tu propia aventura”, como juegos de rol analógicos en los cuales uno elegía opciones y el libro tenía varios caminos y varios finales. Y no sé cuál fue el primero y no importa porque tenemos mitificado “las primeras veces que”. No importa cuál fue el primero, lo importante es el último.

Un relato tuyo, incluido en la antología “Otras voces”, te mereció ganar el concurso literario “Los Nuevos de Alfaguara”, en 1995.

Esa era una convocatoria para estudiantes de toda España y los ganadores salían en un volumen que editaba Alfaguara. Lo hicieron durante mucho tiempo y publicaban como 10 cuentos de chicos de 14, 15, 16 ó 17 años, y el premio era figurar en esa antología en la colección juvenil de Alfaguara y del que no salió casi ningún escritor después, con excepción mía y de Espido Freire, que fue premio Planeta 1999 por “Melocotones helados”. Participé, fui uno de los ganadores hace como 17 años… Y es más, en mi pura ingenuidad, después de ganar, mandé a Alfaguara un libro de cuentos, un libro ilegible que merecía ser rechazado. Nadie me contestó nunca y ese fue el final de mi relación con esta editorial hasta 15 años después, cuando gano este último premio.

¿El primer premio consistía solo en publicar?

No, te daban una pequeña cantidad de dinero que, para un chico de 17 años, era mucho dinero. Eran 100 mil pesetas que ahora serán, qué sé yo, uno 600 euros.

¡Mucha plata en manos de un chico!

Era mucho y recuerdo haber dosificado esa plata en dos años. Hice dos cosas con ese dinero. La primera, comprarme muchos libros e invitar a las que por entonces eran mis novias al cine, a cenar y todo eso…

¿Tus novias?

No, sucesivas novias. No me duraban mucho. Y con lo que sobró, como tenía mitificado el ritual de la escritura porque era un adolescente romántico y, por lo tanto, cursi, cuando terminé el bachillerato me fui a un centro de retiro espiritual budista para intentar escribir mi primera novela seria. Era un lugar muy famoso en Granada, España, que se llamaba O Sel Ling –que creo que en tibetano significa “Rayo de sol”- y donde el Dalai Lama había elegido al hijo de los dueños como una de una de sus teóricas reencarnaciones. Cuando me quedaban unas 30 mil pesetas, alquilé la cabaña del Lama por un mes y me pasé escribiendo a la luz de las velas, comiendo una comida vegetariana macrobiótica horrible que me daba diarrea y por vecino tuve a un tipo que tenía un voto de silencio. Así me pasé un mes, medio escribí el borrador de esa novela, que tenía un nombre realmente inverosímil: “Mi alfabeto, mis sinónimos y un espejo”. Era intolerable el título. Nunca se publicó ni se publicará nunca porque, por suerte para mí y para la literatura, la quemé.

¿Ya pensabas que se podía vivir de la literatura?

¿En ese momento? No, por supuesto que no. En ese momento suponía que terminaría siendo profesor de algo o qué sé yo. En ese momento trabajé de varias cosas: de modelador de yeso, entrenador de fútbol de niños –categoría alevín, niños de nueve o 10 años-, profesor particular de latín, heladero y hasta dar unos años clases de literatura hispanoamericana en la Universidad de Granada, hasta que tuve la muy buena idea de renunciar.

¿Renunciar?

Sí, porque tuve la muy buena idea de escribir una novela y sentí que era mi última oportunidad para arriesgarlo todo. Tenía 26 años, no tenía hijos, no comía demasiado y si no arriesgaba en ese momento no lo haría nunca. Dejé el trabajo y me dediqué a escribir esa novela haciendo toda clase de trabajos free lance, sobre todo en prensa escrita, hasta terminarla. Esta novela sí me dio dinero. Pero cuando la empecé, nada de nada. Así, la idea de poder vivir de la literatura me surgió muchísimo después de saber que esta era mi vocación. Fuera lo que fuera mi trabajo, iba a escribir. Y si podía vivir de eso, mucho mejor.

¿Vivir de la poesía, del relato corto o de la novela?

De lo que se pudiera. Roberto Bolaño mal vivió, como es ya célebre, de concursos de cuentos en España, que los hay muchos. Pero no participé en muchos concursos de cuentos, pero la idea era que si tenía una novela tratar de mandarla a un concurso. El dinero que he ganado de la literatura casi siempre ha sido por esa vía.

¿Y las regalías?

No, presentando a concurso las novelas que tuviera. Tengo libros de novelas, de aforismos, de todo… Y todos esos nunca han ganando dinero. Y las novelas que he escrito tampoco son para ganar dinero. La idea era escribir un libro sobreviviendo de lo que se pudiera, presentarlo a un concurso, y si ganaba, bien, si no, a seguir trabajando. Está perfectamente dispuesto a escribir y trabajar de otra cosa. Pero en los últimos años se me presentó la oportunidad de trabajar de free lance para periódicos. Y hace años que hago artículos, reseñas, reportajes, crónicas, prólogos, conferencias, plancho camisas, lo que sea. Y ahora, con el premio Alfaguara, pretendo hacer menos de esos trabajos y, teóricamente, estar más cerca de la tranquilidad para poder escribir, que es lo que menos he hecho en este año.

Me imagino que no tendrás tiempo para trabajar con una gira de 19 países.

Bueno, digamos que es un privilegio si sobrevives. Y está bien porque ves tus libros en esos países y eso es un gran milagro. La gira te desespera porque tienen que hablar tanto de lo que escribiste que no puedes escribir lo siguiente. Entonces, te sientes un impostor o un farsante porque no puedes estar durante seis meses fingiendo que eres un escritor mientras no escribes.

¿Qué preferís escribir: cuentos, poesías o novelas?

No prefiero ninguno. La idea es tenerlos presentes a todos mientras escribes. No creo en una página que pertenezca a un solo género. Creo que hay libros con géneros predominantes, no exclusivos. Un texto es más bien narrativo, más bien poético, más bien teatral, pero ninguna buena novela deja de contener poesía, capítulos concebidos como cuentos, diálogos que parecen teatrales y mensajes ensayísticos. Ningún poema deja de ser implícitamente narrativo, deja de tener una voz que es un personaje… No creo en la división entre géneros, a mí me gusta, más bien, la contaminación entre géneros. Nunca escribo en una página con la intención de excluir a todos los demás sino, más bien, teniéndolos presentes en mayor o menor medida. La escritura es una mesa con cuatro patas: novela, cuento, poesía y ensayo. Si retiro una de las patas, la mesa se cae.

¿Qué pasa con el periodismo, que para algunos escritores es difícil no traspasar la línea entre lo periodístico y la narrativa?

La pregunta es dónde está esa línea, dónde la podemos trazar. Quién es capaz de decir en una buena crónica dónde termina el periodismo y donde empieza la literatura. En una novela de contenido político, ¿dónde empieza lo periodístico y dónde termina lo narrativo? Me parece que la premisa es escribir bien. No todos los escritores y los periodistas escriben bien. Desde el respeto por el lenguaje, la exigencia en la prosa y la emoción poética ya se hable de una manzana o de una dictadura, hay una muy interesante influencia entre el periodismo y la narrativa. De hecho, muchos grandes escritores fueron periodistas: Truman Capote, Ernest Hemingway y Gabriel García Márquez, hay muchos ejemplos clásicos al respecto. Creo que desde el siglo XIX la contaminación entre literatura y periodismo es imparable. Me hace gracia que digan que este es un fenómeno postmoderno. Los novelistas del XIX entregaban sus novelas en los diarios. Y los grandes periodistas de ese siglo eran todos narradores y eso se continúa en el siglo XXI.

Y vos, escribiendo para periódicos, ¿sos más escritor que periodista?

Soy un escritor que cada vez ha aprendido más de la escritura en prensa hasta sentir que soy un poco mejor escritor por escribir ahí. Y creo que puedo tratar de hacer algo raro o distinto en prensa porque soy escritor. Respeto el oficio de periodista pero creo en el intrusismo bien entendido, porque algunos de los mejores periodistas de la historia no eran periodistas de carrera. Al igual que los mejores escritores de la historia no tienen que haber estudiado filología, como yo estudié. García Lorca estudió derecho y Borges, nada. Igual que el oficio de periodista se puede aprender desde la literatura, ésta se puede aprender desde cualquier profesión.

¿Dices que hay que ser académico?

No, lo que hay que tener es práctica. Para tener una buena novela hay que haber escrito muchos borradores y muchas novelas; para tener un buen artículo hay que haber hecho 100 malos artículos antes, pero no el haber estudiado en la universidad. En la universidad nunca se aprende ningún oficio.

Pero se aprenden herramientas técnicas.

Sí, pero que no te sirven para una mierda a la hora de hacer un reportaje en una favela brasileña. Ahí tienes que aprender a preguntar de nuevo, a camuflarte, a observar, a desaparecer, a que no te maten… Aprender cuál es la parte oficial ya contada y cuál es el lugar donde hay que estar para contarla de diferente manera. Eso no te lo enseñan en la universidad; como no te enseñan en una facultad de letras a construir un personaje ni a corregir un texto, ni a contar un cuento… Eso se aprende escribiendo. Ahora, para no desesperarme, estoy escribiendo un libro que será la crónica de esta gira. Voy con unas libretitas escribiendo y cuando terminé la primera parte de la gira, pasé todo en limpio y me di cuenta de que era un libro. Se lo mostré a la editorial, les entusiasmó la idea y en esta segunda parte de la gira he continuado escribiendo. Será un libro que sale en mayo que se titulará “Cómo viajar sin ver”, donde cuento lo poco que te dejan ver en cada país cuando, en teoría, no tienes tiempo para ver nada.

¿Y de qué va?

De una comparativa de aviones, hoteles, aeropuertos, taxistas… Esta comparativa de estos espacios aparentemente globalizados y homogéneos es sorprendente porque se puede leer en ellos a los países. Por ejemplo, estamos en este hotel y enfrente está la embajada de los Estados Unidos, hay unas ruinas arqueológicas que a nadie le importó devastarlas para construir, hay un mal y una comunidad marginal. Si leemos la historia urbanística de este hotel puedo tratar de entender la ciudad sin salir del hotel. Bueno, he hecho preguntas, he buscado en internet y es una forma de viajar. O sea, me he dedicado al género de la crónica todo el año.

Este premio te cambió la vida drásticamente, tanto que creo que la gente te está viendo como una estrella del rock. ¿Te sentís cómodo con ello?

Me siento cómodo porque me parece una farsa que en ningún momento me la creo. A mí lo que me interesa es el libro. Para difundirlo hay que hacer una gira que efectivamente parece una gira de rock. Esta tiene, para mí, como único objetivo respetable que el libro llegue a lectores de países donde nunca han estado ni mis libros ni yo. Ese fin me parece legítimo y me parece el objetivo de todo escritor. Si para conseguir ese fin hay que hacer payasadas durante seis meses, se hacen. Pero una cosa es hacerla y otra es pensar que tu persona tiene algo que ver con eso.

¿Qué payasadas has hecho?

Digo, el estar hablando con ustedes…

¡Gracias! Ja, ja, ja.

Ja, ja, ja. No lo digo por ustedes, sino por el rol que estoy ejerciendo en este momento. Voy a dar 10 entrevistas seguidas en la Feria del Libro de Guadalajara, en México. ¿Tengo tanto para decir? No, pero como soy el premio Alfaguara, se supone que hay 10 medios de comunicación por día interesados en mis pensamientos que son más o menos igual de imbéciles que los de cualquiera. Uno trata de ejercer ese rol hiperpúblico mientras dura. Santiago Roncagliolo -Premio Alfaguara de Novela 2006 por “Abril rojo”- decía que somos míster Alfaguara. Entonces, durante un año ejerces de Míster Alfaguara, desfilas en traje de baño, te vistes de azafata… Y durante esos meses, uno hace la payasada, que no tiene nada que ver con la labor diaria del escritor que escribe en chancletas, y confío en que el libro se difunda. Y, de hecho, se difunde. Y después uno vuelve a la normalidad. ¿Me ha cambiado la vida? No, es un paréntesis hipermediático en mi trabajo diario. Es un privilegio pero es una impostura que tiene caducidad. En cuanto se anuncie el próximo premio Alfaguara, quedaré con las manos libres para volver a escribir. Mientras tanto, ironizo y me divierto. No te pienses que ustedes están aquí por mí, les interesa quien ganó y si fuera otro, estarían con ese otro.

¿Un premio te hace mejor escritor que otros?

Sabes perfectamente que no…

Si yo le preguntara a Paulo Coelho…

Primero, que Coelho nunca ganará el premio Alfaguara y cruzo los dedos para que sea así siempre. Tenemos la suerte de que Coelho no escribe en español, de modo que no puede concurrir al premio Alfaguara. Pero además, él no necesita ningún premio para vender millones. Hay dos posturas dogmáticas sobre los premios. Las dos me parecen que no explican nada. Una está en creer que un libro es bueno porque ha ganado un premio y cualquier lector de librería sabe que no es así. Hay un montón de libros premiados que son lamentables y otras veces son grandes libros. La otra postura es que si se gana un premio es lectura barata y vendida. Propongo un ejercicio: hay que leer el libro para distinguir entre uno radicalmente comercial y otro que trata de ser literario.

Decís que la misión más honesta de un escritor es aprender a escribir en cada libro. ¿Qué opinás de los autores de maquila, esos que tienen una maqueta ya determinada y que producen libros casi como si fuera una planta en serie y para colmo sale un best seller?

Para colmo, no. Están hechos para ser best sellers. No me parece mal pero no hay que confundirlos con literatura. Tienen que haber libros de esos. Es más, las librerías y las editoriales dependen de esos libros al igual que los cines dependen de las grandes películas taquilleras para sobrevivir. Y esas películas existen para que de vez en cuando veamos una buena película. Así, la industria editorial depende de los best sellers. Lo inquietante y malo es cuando un suplemento cultural de prestigio, cuando una institución académica, la crítica especializada y los lectores exigentes empiezan a prestarle su atención literaria a esos libros que tienen otra función. No se puede comparar a Dan Brown con Roberto Bolaño porque no cumplen funciones parecidas y sin embargo los dos venden bastante en este momento.

Tom Clancy, Paulo Coelho…

¡García Márquez es un best seller, y Coello, también! Festejemos que hay diversidad en las librerías porque creo que la literatura es un ecosistema. Lo que no hay que hacer es confundir a los insectos con las águilas. No hay que tirarse de los pelos porque hay literatura masiva. Lo que hay que tener claro es que hay distintas clases de literatura.

A mí me ofende, en lo personal, cuando me dicen que les gusta la literatura y me citan a Coelho.

Pero no debe de ofender. Son distintas clases de lectores y espectadores. Es decir, Jean-Claude van Damme hacía cine; Ingmar Bergman, también. Hay gente a la que le interesa el primero, paga su entrada o alquila su película y sostiene a la industria para que después uno venga y se compre la serie completa de Woddy Allen, que nunca va a salvar ningún cine. No hay que ofenderse, ¡basta con cambiar de tema!

Todos tenemos pecadillos, ¿tenés algún favorito en la literatura de ocio?

Tampoco seamos esnobs. Me considero un lector de literatura literaria y un espectador del que le gusta el buen cine, pero todos hemos visto películas idiotas, alguna romántica de esas, las de acción o un thriller barato. Eso no nos incapacita para admirar a Orson Welles. Así, no veo por qué no leer una novela de Stieg Larson y, al día siguiente, releer a Rainer Maria Rilke. ¿Mi pecadillo? En realidad tengo más pecadillos cinematográficos que literarios. Soy más selectivo con lo que leo que con las películas que veo. Esto porque creo que puedo gastar 90 minutos en una película por diversión, pero con un libro es más tiempo. Una vez leí un libro de Coelho, “El Alquimista”, y me gustó porque la verdad no paré de reír en toda la novela. Me pareció una obra maestra de la comicidad. Esa es una de las novelas más divertidas que he leído en toda mi vida.

¡Creo que no era la intención de Coelho!

¡Claro! La intención de él quizás era conmoverte y aleccionarte. A mí me pareció una obra maestra de la literatura cómica. Pero no volví a leerlo, pero no desde la indignación sino que no me da curiosidad hacerlo. Pero insisto, me parece bien que la gente lo lea porque sé que por cada 10 ó 20 libros que él vende, yo vendo uno. El librero prefiere a Coelho que a mí. Pero si gracias a él puede haber un estante con mis libros de poesía, le estoy agradecido a Coelho. Lo que no voy a hacer es perder el tiempo leyéndolo.

Cuatro novelas, tres libros de cuentos y más de poesía. Ser un autor tan prolífico, a tan corta edad, ¿no supone una presión extra de los lectores? ¿No supone tener que responder a ese “¡quiero más!”?

Pero la cantidad no tiene nada que ver con el público, sino que tiene que ver con el ritmo interior. Es una cuestión de ritmo cardíaco. Hay modelos de escritor de obra escasa y lenta.

¡Bradicárdicos!

Claro. Está el modelo Juan Rulfo, que escribió dos libros, cambió la historia y guardó silencio. Y está el modelo Borges quien, anciano, publicó un libro por año hasta el año de su muerte y a nadie se le ocurrió venderse al mercado. Él era un viejo que necesitaba seguir escribiendo. Rulfo escribió “Pedro Páramo” y “El llano en llamas” y le pareció que no necesitaba escribir nada más. Está el modelo Goethe, que escribió “Fausto” con 80 años y había escrito ensayos, relatos, poemas, novelas, memorias… su obra poética parece una enciclopedia de un montón de tomos. ¿Eran por eso escritores masivos que escribían como quien hace churros? No, eran escritores que si no escribían horas al día se sentían mal. Esa es una patología como cualquier otra. Yo participo de esa patología de escribir mucho porque si no, me pongo nervioso. Y la consecuencia natural de escribir mucho es publicar más, y eso no te hace ni mejor ni peor escritor, sino una clase de enfermo.

¿Una enfermedad que te ayuda a pagar tus facturas?

No, eso también es un mito, amigo mío. ¿Crees de verdad que pago mis facturas de la luz con mis libros de poesía, de aforismos, de cuentos o novelas? Las cuentas de la luz las pago con lo mismo que las pagaría de escribir o no libros de poemas. Mis cuentas, hasta el premio Alfaguara, las pago con trabajos parecidos a los que haces tú. Si escribo mucho es porque lo necesito, no porque creía que iba a haber un editor que me iba a dar un coche. En realidad, salvo en la literatura de consumo masivo y a pesar de que nos encanta que nos paguen, nadie escribe porque le vayan a pagar. La mayor parte de mis libros no se ha vendido bien, salvo algunas de mis novelas. ¡Me encanta que se vendan pero no fueron escritos para eso! Además, es una idea disparatada escribir durante seis años, como fue en el caso de esta, pensando en que vas a ganar dinero. En seis años tenés suficiente tiempo para morirte de hambre.

Ja, ja, ja.

Me preguntan si escribo mucho porque los lectores están esperando mis libros, no. Al contrario, pienso que me da vergüenza publicar tanto porque los pobres lectores se van a cansar de mí. Cuando viene alguien con un libro de poesía o aforismos que he publicado me pregunto por qué habrá comprado eso cuando hay tantos libros que comprar. Me emociona y me resulta raro que elijan un libro mío. Por eso, escribir no tiene nada que ver con la presión de los lectores.

¿Y de los editores?

Muchísimo menos. Los editores de hoy en día, a menos que seas Dan Brown –a quien no envidio el pellejo pero sí su cuenta bancaria- están deseando que no entregues un nuevo manuscrito porque tienen una cola de autores a la espera.

¿Y los críticos, que también forman parte de esta cadena alimenticia de la literatura?

Bueno, esos a veces son parte de la digestión y, a veces, de la evacuación. Pero ahora cumplen una función más porque, en un tiempo de hiperabundancia e hiperinformación, una buena crítica es más importante que antes. Y ahora esta ya no está solo en los diarios y la vemos en la web.

¿Y en los blogs?

Buenos, sí, aunque hay un montón de blogs que son de idiotas y algunos de gente muy inteligente. Con eso se reproduce el mecanismo de selección de los suplementos clásicos. Antes se leía a tal o cual crítico porque confiaba que este, como no podemos leer todas las novelas de las librerías, daba una buena visión de un libro. Ahora, como los medios de comunicación tradicionales son limitados y a veces tendenciosos, uno puede consultar el blog en el que confía. Y es que uno necesita una guía y un territorio de debate especializado porque, como decía Carlos García Gual, vivimos en la época de “los demasiados libros”. Y en esta época se necesita opiniones y guías con las que cribar estos libros. Así, la crítica es más importante que antes.

Emigraste a España a los 14 años. Si no hubieras salido de tu natal Argentina, de esta América Latina, ¿Andrés Neuman sería el escritor y el poeta que es hoy? ¿Serías escritor y poeta, a secas?

No, pero tampoco sería la misma persona ni el mismo hijo, ni el mismo hermano, ni la misma pareja. La migración transforma al ser humano completo. Después, eso tiene una repercusión literaria.

La migración es algo cotidiano para los artistas latinoamericanos.

Sí, en realidad el mundo está en una migración perpetua. Es una especie de mecanismo de reciclaje permanente. No hay ningún país que esté quieto a lo largo de su historia.

Pero en el caso de los artistas, y específicamente de los escritores, en nuestro país existen muy pocas oportunidades de publicar y pareciera ser que el autoexilio es una parte importante de hacer algo.

Sí, te entiendo. Lo que quiero decir es que los países que llamamos ricos o primermundistas, que es una expresión atroz, también tuvieron sus exilios y no hay un país cuya cultura no esté hecha con base en migraciones. Por ejemplo, Argentina recibió mucha gente de todo el mundo por años, y desde hace tres décadas, por desgracia, es una fuente de emigrantes. Yo soy una minúscula parte de ese fenómeno que afecta a casi todo el planeta. La edad a la que emigras también es importante. No es lo mismo la persona que emigra o se exilia a una edad adulta que una persona que emigró de niño, que somos un caso más parecido a las segundas generaciones.

La llamada generación 1.5, esa que tiene un poco de su país y del nuevo, donde vive ahora...

Sí, y ahí tienes la segunda generación que, en el caso de los países latinoamericanos es España, fueron educados en sus casas como latinos y fueron educados en los colegios como españoles, como europeos. Esa gente híbrida desde la base no es gente que tuvo que aprender o educarse en otro país, es gente que se educó de forma híbrida. Eso en Francia, Estados Unidos o en Gran Bretaña pasa desde hace mucho tiempo y ahora lo estamos viendo en España. El fenómeno español es interesante porque no existe un cambio de lengua. En Estados Unidos, por ejemplo, eran migrantes italianos, polacos o latinoamericanos, o de dónde sean, que empezaron a pensar en inglés y tuvieron que traducir su cultura. En España es un fenómeno más sutil porque ocurre dentro de nuestra propia lengua. Yo digo que es un proceso de aprender nuestra lengua materna como si fuéramos extranjeros. Esta generación ya está escribiendo y, para mí, va a transformar la literatura de las dos orillas: va a arrojar una mirada extranjera sobre el país de origen de sus padres y también tendrá una mirada perturbada o extraña del país donde nacieron. Esos escritores híbridos me interesan y estoy deseando escucharlos porque creo que mi caso se parece más al de ellos que al tipo que a cierta edad emigró por razones tristes y violentas, a veces o, en otros casos, por económicas y personales.

¿Más de la segunda generación?

Sí, pongamos a escritores como Santiago Roncagliolo, Juan Gabriel Vásquez o Rodrigo Fresán, que en un momento dado se fueron a otro país. Pero yo me siento mucho más hermano de los hijos de latinoamericanos que nacieron en España. Hice la escuela en los dos países, me acuerdo de Argentina pero también tuve una infancia en España. Entonces, no sé bien quién soy y desde ese desconocimiento escribo. Me preguntabas si cambió mi literatura, ¡sí claro, pero porque cambió todo lo demás! Cambió mi idea de la lengua, también, y eso me hizo tener una visión extranjera de ella.

Vos fuiste uno de los 39 escritores que se reunieron en Bogotá 39, donde también estaban Claudia Hernández, escritora salvadoreña…

Claro, alguien que me parece una narradora excelente y una mujer inteligentísima.

No sé si me equivoco con esta percepción, pero este grupo se vendió como una nueva generación de talentos de la región, así como lo fue el boom latinoamericano en los años 60s y 70s. ¿Realmente existe esta generación como un movimiento?

No, había muchas diferencias por suerte, porque eso puede generar algo nuevo. No éramos una corriente porque no nos reunimos, nos reunieron. No escribimos un manifiesto y no éramos gente afín que se juntó para defender una idea estética o política. Fue un jurado de escritores, periodistas, agentes y editores que votó y eligió con más o menos justicia. Podían haber sido otros 39 escritores. Pero los que fuimos seleccionados, ni lo sabíamos. Yo no sabía que se estaba haciendo esa selección y la mayoría de nosotros no nos conocíamos.

¿A nadie?

Conocía a ocho o 10 de ellos. A la mayoría, no, y a muchos no los había leído en mi vida. Eso fue un fiel reflejo de una realidad generacional: una generación atomizada, dispersa y ecléctica que desconfía mucho de los manifiestos y de las ideas unánimes, quizás porque esa fue un poco la forma de encarar la literatura y la política de las generaciones anteriores.

¿Qué podría describir ahora a los escritores latinoamericanos bajo un mismo movimiento? ¿La migración? ¿La globalización?

Sería una literatura fronteriza y nómada que desconfía de los manifiestos estéticos y ya no digamos de los manifiestos políticos. Creo que es una generación mayoritariamente de izquierda pero que desconfía mucho de las plataformas militantes comunistas, que eran agrupaciones que defendían esa idea de todo dentro del partido de la revolución y nada fuera de él. Esa idea de que eras un traidor si no suscribías unas premisas o un manifiesto y que convirtió un proyecto de izquierda en un proyecto autoritario. Entonces, a pesar de que nos definimos la mayoría como gente de izquierda, creo que mi generación no quiere hacer eso ni política ni estéticamente. Entonces, hablo de una izquierda atomizada y escéptica que busca su camino de una forma individual y si se agrupa lo hace con la intención de no suscribir un manifiesto sagrado o una biblia laica. Eso se traslada en la forma de escribir. Cuando nos dicen que proponemos, bueno, que no haya manifiestos que tengamos que suscribir. Además, el modelo de escritor del boom por otra parte tenía narradores extraordinarios. Nadie aquí está intentando escribir mejor que Vargas Llosa, que Donoso o García Márquez, pero sí escribir la realidad que estamos viviendo. Y la idea que tenemos ahora no tiene nada que ver con la que ellos tenían. Y ellos, en cierto modo querían reencarnar una cierta esencia nacional o continental. Ahora, esa concepción ya no existe, ahora estamos en la periferia socioeconómica de occidente y eso te da un punto de vista diferente. Un punto de vista que inauguró Borges: soy argentino, soy latinoamericano y, por lo tanto, puedo ser inglés, árabe o francés. Y ese desprejuicio me parece bueno.

¿Pero tenían puntos en común?

Vivir en el extranjero, viajar mucho por el extranjero o conectarse mucho con culturas extranjeras. También, por primera vez en la historia se consideró literatura latinoamericana a la literatura en otra lengua. Daniel Alarcón, hijo de peruanos inmigrantes, que estudió como norteamericano y escribe en inglés, es un escritor híbrido que me encanta. Junot Díaz, dominicano, que pertenece a la literatura dominicana y estadounidense a la vez. Dos de nosotros, de los de Bogotá 39, ni siquiera escribían en español y eso hubiera sido imposible en la época del boom.

Bueno, cualquier cosa que olía a Estados Unidos ya era pecado.

Sí, era pecado. Pero ahora no importa dónde vives o en qué lengua escribes. Lo que sí creo que es importante e irrenunciable es el vínculo familiar que tiene que ver con un hogar y con América Latina. A partir de ahí, dónde te fuiste o dónde estudiaste, creo que no importa. Otra cosa que noté en Bogotá 39 y que en la época del boom no había tanto era la relación con la poesía. Si se piensa en el boom siempre se menciona narradores a pesar de que había grandes poetas en esa generación, como German Pardo o Gonzalo Rojas. Y en Bogotá 39, aunque todo estaba pensado para hablar de narrativa, terminamos hablando de poesía. Algo tendría que ver la influencia de Bolaño, que es un narrador que habla de poesía. Esa es una pequeña importante novedad: ocho o 10 de nosotros somos poetas y echamos en falta que no se eligiera a poetas. Además nos interesó revisar el canon del boom. Nadie puede discutir que Vargas Llosa y García Márquez son grandes narradores, pero por ahí me interesa más Manuel Puig, su visión pop de la escritura, su experimentación en la mezcla y la influencia de los medios de comunicación. Hace 30 años nadie consideraba a Puig como uno de los grandes narradores de este movimiento. Ahora, me parece que sí lo es. Entonces es una forma de releer al boom, agradecerles lo que hicieron y, con todo respeto, cambiar de tema.

¿Qué sigue después de este libro de crónicas y esta gira?

Y, bueno, meterme a mi casa, cerrar con llave, apagar las luces, encender una lámpara de mesa y volver, por fin, a escribir de nuevo.

Vacaciones, ¿no?

No me interesan. No me gustan las vacaciones, me aburren. Para mí, descansar es trabajar en lo que quiero. Me cansa el no escribir. Cuando me voy de vacaciones escribo, pero en el lugar que quiero y sin que nadie me interrumpa. Ese es el ideal de vacaciones para mí.

¿Un viajecito a Wanderburgo, la ciudad de tu libro?

¡Es que no he podido salir de ahí! ¡Estoy atrapado en Wanderburgo aún! Me gustaría sentarme a escribir otra novela, una que sea todo lo contrario que “El viajero del siglo”, porque cada nuevo libro es una oportunidad de sentir que no sé y una oportunidad de aprender a escribir. De manera que esta nueva novela no sé cómo va a ser, pero sé cómo no va a ser.

Leí que adelantaste en una entrevista tuya que buscás a un niño como narrador.

Sí, me gustaría que uno de los personajes fuera un niño el que hablase, que no me sirvieran de nada los recursos que ocupé en “El viajero del siglo”, que transcurriera en esta época, que no tuviera nada que ver con Europa… No sé, recuperar esa sensación de que no sé qué estoy haciendo. Y también tengo poemas y cuentos que tengo sueltos por casa y que me gustaría continuar y corregir.

¡Mucho trabajo por delante!

No, supervivencia. Uno de mis miedos es morirme sin antes haber escrito todos los libros que quisiera escribir. Me parece que es necesario contar la historia que uno tiene para contar. Eso puede interesarle o no a alguien después; pero creo, como te diría, en la función biológica o vital de la narrativa. Creo que necesitamos comer, por supuesto, dormir –aunque en mi caso sea poco-, y también la narrativa, que es uno de los productos de primera necesidad.