martes, 30 de junio de 2009

El hombre detrás de la palabra



Publicada el 16.11.2008, en Cultura de La Prensa Gráfica.

El 16 de noviembre de 1922, en la aldea de Azinhaga, Ribetejo (Portugal), nació José de Sousa Saramago, hijo de José de Sousa y María da Piedad. El primero de dos hermanos, Francisco, era dos años mayor que él, pero este murió en 1924 a causa de una bronconeumonía. Su madre nunca pudo aceptar la muerte de su primer hijo. “Yo le pedía un beso y no me lo daba nunca”, rememora Saramago, en una entrevista concedida al escritor y periodista Juan Arias, y publicada en un libro bajo el título “El amor posible” (Planeta, 1998).

Sobre su padre cuenta que, aunque no tuvo una mala relación, “en algunas cosas es como si no hubiera llegado a conocerlo”, dice un hombre ya con 83 años. Quizá por eso su apego fue más hacia su abuelo y abuela del lado materno.

Con su abuelo, JerónimoMelrinho, pasaba horas oyéndolo contar historias sobre el techo de la casa donde vivían en Ribetejo. “Es el hombre más sabio que he conocido en toda mi vida”, dice, mientras advierte: “Él nunca leyó un libro en su vida, no sabía lo que era una letra”.

La figura de Jerónimo ha sido un pilar en la vida de Saramago, por eso en su discurso de agradecimiento por el premio Nobel de Literatura que recibió en 1998 no dejó de demostrarle respeto y agradecimiento al hombre que fue su maestro en muchos aspectos. “A las 4 de la madrugada se levantaba del catre y salía al campo, llevando hasta el pasto la media docena de cerdas de cuya fertilidad se alimentaban él y la mujer. Eran analfabetos uno y otro”, fueron sus palabras.

Sin embargo, no todos estuvieron de acuerdo con el reconocimiento. Las vestiduras se rasgaron en el Vaticano cuando se enteraron de que el nuevo Nobel era portugués, comunista y ateo. La Santa Sede, a través del diario “L'Obsservatore Romano”, dijo: “Otra vez el Nobel ha sido dado según una orientación ideológica precisa”. El primero, según ellos, había sido dado a un “bufón” llamado Darío Fo y que, además, era dramaturgo.

La razón de tales declaraciones fue producto de la novela “El Evangelio según Jesucristo”, donde Saramago da su propia visión del Hijo de Dios, misma que no fue comprendida por los católicos ni siquiera de su propio país, lo cual le valió el exilio de su natal Portugal.

Años más tarde, en su nueva residencia en la isla Lanzarote, del archipiélago de las Canarias, donde vive junto con su traductora, la española Pilar del Río, millones de lectores le dan la razón a Saramago.

El primero de una estirpe

Saramago no es un apellido, es el apodo con el que la gente de la aldea Azinhaga conocía a la familia De Sousa. Su mítico apellido, según cuenta Juan Arias, lo adquiriría debido a la pericia de un funcionario del registro civil, quien como una broma hacia los padres de José añadió a su nombre y apellido el de “Saramago”. Ahí nació la leyenda, y el primero de una estirpe.

Cuando era pequeño estudió en la escuela industrial Alfonso Domingues (Lisboa), y se graduó como mecánico cerrajero. Con esto se ganaría la vida durante su adolescencia en los hospitales de Lisboa.

De Sousa tenía un sueño acentuado por las historias de su abuelo y por el primer libro que leyó y que le fue regalado por su madre: “O mistério do mohinho”, de un autor inglés.

Así, mientras trabajaba durante el día, pasaba las noches leyendo en la biblioteca del Palacio das Galveias, en Lisboa, ciudad a la que se había trasladado su familia luego de la muerte de su hermano Francisco.

Durante muchos años, ante la imposibilidad de realizar estudios universitarios, fue un “mil oficios”: ceramista, mecánico, vendedor de seguros, editorialista, crítico literario, cronista, director de periódico, militante del partido comunista portugués, etc.

Su carrera de escritor, propiamente dicha, no comenzó sino hasta 1970, cuando escribió su libro de poesía “Probablemente alegría”, aunque 23 años antes había escrito su primera novela: “Tierra de pecado”.

A partir de entonces, sus publicaciones se volvieron constantes. Tuvo que ver en ello la determinación que tomó allá por 1975, cuando al fin de la llamada contrarrevolución de Portugal, al verse sin trabajo fijo, decidió dedicarse de lleno al oficio de escribir, mientras, para mantenerse, trabajaba como traductor de medio tiempo.

Su salto a la fama como escritor de altos vuelos fue de forma fulgurante cuando el rondaba ya los cerca de 60 años y publicó su novela “Memorial del convento” (1982).

Aún así, José Saramago ha afirmado que no es un novelista. “No me gusta escribir, pero tengo algo que quiero y necesito decir”, declara en una recopilación de entrevistas realizada por la periodista colombiana Tamara Andrea Peña.

José Saramago es en la actualidad el escritor portugués de mayor proyección fuera de las fronteras de su país. Su obra literaria, que ya suma más de 29 piezas —entre poesía, novelas, ensayos, teatro, relatos y diarios—, puede ser leída en 30 idiomas al rededor del mundo.


Del amor a la palabra

Entre su amor por la literatura, el comunismo y las mujeres, no ha existido espacio para la duda.

José Saramago se ha casado dos veces. La primera con la pintora Ilda Reis, con quien tuvo una hija a la que llamaron Violante. Su segunda esposa se llama Pilar del Río Sánchez, una periodista andaluza que se ha convertido en el punto de apoyo del literato portugués desde 1988.

“Pilar es el centro de mi vida desde que la conocí. Cuando ella no está, es como si yo dejara de ser yo mismo, o como si me faltara algo para que pudiera ser yo mismo”, reflexiona Saramago.

Ella es su inspiración, una musa que ha invadido los sentidos de escritor a tal grado que en muchos de sus libros la figura central de la trama suele ser una mujer. Y es ella la que da rienda suelta a las pasiones que dan sentido a los hombres con los que convive.

El escritor comprometido

Pero, también, en la vida de Saramago han existido otros motores, que lo han impulsado a emprender una justa en contra de las actitudes desmoralizadoras de los seres humanos. Siempre tiene inquietudes respecto a cómo las sociedades conviven entre sí.

Es por ello que este autor, comunista por convicción y ateo por conveniencia, no solo merece el reconocimiento de sus lectores por su obra literaria, sino también por sus agudas reflexiones sobre el mundo, la religión y la problemática social, de las cuales no duda en dar su acérrimo punto de vista cada que tiene ocasión.

Así lo declara en una entrevista concedida al periódico argentino “El Clarín”: “Cuando miras un mundo como este en que vivimos, en el que unas 200 personas tienen la riqueza de más del 40% de la humanidad, ¿se puede ser optimista en un mundo como este? No creo que se pueda. Claro, yo podría decir: ‘Si yo estoy bien, ¿para qué quiero preocuparme del estado en que se encuentra el mundo?’. Pues no. Lo siento. Me preocupo”.

El autor del “Ensayo sobre la lucidez” (2004), uno de sus últimos libros y en el que él advierte sobre el fenómeno de la democracia corrupta y la pérdida subsecuente de valores, considera que aún tiene cosas por decir.

El camino de la rebeldía de sus años mozos lo llevó a las filas del Partido Comunista de Portugal (1969), profundamente arraigado en el campesinado y la clase obrera, con la que él siempre se ha identificado por sus orígenes.

Durante su militancia, ha llegado, incluso, a postularse como candidato, luego de que la dictadura de Antonio Oliveira Salazar fue sustituida por la democracia mediante un movimiento al que se denominó “La revolución de los claveles”.

Hoy, en la recta final de sus días, no niega la satisfacción de lo que ha conseguido en su vida, desde que salió de aquella casa de campo en Azinhaga. “Soy simplemente una persona con algunas ideas que le han servido de razonable gobierno en todas las circunstancias, buenas o malas, de la vida”, dice.

Y tras las circunstancias de esta vida, aún queda un hombre con razones para seguir escribiendo sobre la palabra.


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“La revolución de los claveles”

Es el nombre dado al levantamiento militar del 25 de abril de 1974 que provocó la caída en Portugal de la dictadura de Antonio Oliveira Salazar, que dominaba el país desde 1933, la más longeva de Europa. El fin de este régimen, conocido como Estado Novo, permitió que las últimas colonias portuguesas lograran su independencia tras una larga guerra colonial contra la metrópoli y que Portugal mismo se convirtiera en un Estado de derecho democrático.

En las calles la euforia se desató, civiles y militares se reencontraron en abrazos de libertad. Con la victoria por bandera, las floristas ofrecían a los soldados sus claveles que terminaron en la punta de los fusiles, sin saber que con ese gesto simple bautizaron la última revolución romántica de Europa.

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“Soy simplemente una persona con algunas ideas que le han servido de razonable gobierno en todas las circunstancias, buenas o malas, de la vida”, dice Saramago sobre sí mismo.

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“Realmente no entiendo cuando las personas hablan del bien y del mal, todas esas cosas son invenciones del hombre”, Saramago.

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“Esto es lo que va haciendo Saramago por su tierra: hablar y reencontrarse con seres humanos que no se han dejado seducir por los melifluos discursos de los varios poderes”, Pilar del Río, su esposa.

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