martes, 28 de julio de 2009

Alicia en el país de las armas

Llegar al lugar de mi trabajo me toma cerca de 20 minutos. Recorro entre 20 y 25 kilómetros de colonias, centros comerciales y pedigüeños y ese camino siempre está lleno de armas de fuego -eso sin contar los corvos, cuchillos, navajas, hondillas, piedras y perros-que-cuidan-casas que sirven de protección contra la violencia a las personas. La primera arma con la que me topo en las mañanas es con la del vigilante de la colonia, luego paso cerca de tres gasolineras, una veintena de centros comerciales, una decena de bancos, seis farmacias, un periódico... En total, entro en contacto con personas armadas al menos unas treinta veces, y esto sólo yendo de mi casa al trabajo, cuyo vigilante también posee un arma. No es que me den miedo estas personas, pero no puedo ocultar sentir desconfianza de pensar que esas armas han matado, matarán o están matando a alguien en defensa propia o por un mortal descuido. El Salvador es violento por razones económicas. La gente buena debe defenderse de los que viven y se lucran del mal. No recuerdo haber leído en las cara de los firmantes de los Acuerdos de Paz que el cese de fuego tendría que nacer a punta de pistola o de escopeta o rifle o... lo que sea. Eso da miedo.

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